COSAS DE HERMANAS
Esta es una respuesta a otra de las preguntas que me hicisteis "¿Cómo se llevan tus hijas?". Aunque ya es aventurarme en un tema que siempre me ha dado miedo expresar: mi forma de llevar la maternidad, me pareció
interesante contar cómo he vivido esto, sobretodo porque cuando superas tus
propias angustias, culpas, preocupaciones etc… se te abren los ojos y empiezas
a obtener información muy valiosa en vez de creer que tienes un problema.
Mis hijas se llevan 16 meses (creo, soy una malamadre total
y no recuerdo bien ciertos datos jaja) para ellas siempre han estado juntas. De
más pequeñas veían una foto mía embarazada y cada una señalaba a un lado de la
barriga diciendo “Yo estaba ahí”. Su relación ha sido siempre maravillosa, han
jugado juntas, han reído, se han cuidado… Nunca se han tenido celos, en parte
por esta sensación de haber nacido a la vez y porque nosotros hemos cuidado
mucho de no comparar, de tratarlas con equidad, conociendo qué necesitaba cada
una y todos esos detalles que como padre te complican más la vida pero que,
creo, marcan la diferencia.
El “problema” empezó hace aproximadamente dos años. De no discutir
nunca pasaron a no parar de discutir por todo. Nos preocupamos bastante y mi
mente exagerada y derrotista pensó que ya nunca volverían a ser como antes en
su relación, que se habían vuelto de estos hermanos que jamás se llevan bien.
Incluso las imaginaba de adultas y, donde antes las veía unidas y siendo un
apoyo, ahora las veía enemigas compitiendo constantemente y teniéndose manía. Por
ese tiempo Diana empezó a tener otra serie de comportamientos extraños,
teniendo las rabietas que no había tenido de niña, mostrando una ira que nunca
le había visto, no queriendo ir al cole y otra serie de cosas que nos
alarmaron. Al principio lo achaqué a los ciclos, ella estaba cambiando, su
mundo estaba cambiando de varias maneras y no se estaba adaptando bien. También
me di cuenta que nosotros tampoco estábamos sabiendo responder de la manera que
me hubiese gustado así que comenzamos a buscar alternativas. Por este motivo descubrimos
la disciplina positiva, digo descubrimos como tal, porque muchos de los
conceptos ya los llevábamos a cabo sin darnos cuenta, pero leer todo aquello
nos abrió un mundo en muchos sentidos. Respecto a la relación entre hermanas me
di cuenta de que lo normal era que surgieran esas disputas y que el problema de
que nosotros como padres las viviésemos tan mal es que ambos fuimos hijos
únicos hasta los 18 años, es decir, nunca nos habíamos enfrentado a eso, no
sabíamos lo que es tener hermanos. En nuestra vida cotidiana en casa no
habíamos tenido discusiones porque no teníamos a nadie con quien discutir. Esto
fue liberador, de repente comprendí que su relación de hermanas no estaba en
peligro, simplemente pasaba por un proceso natural e incluso bueno. Creo que si
yo hubiese “ensayado” con una hermana lo que es discutir, estar en desacuerdo
etc… hubiese sufrido mucho menos al enfrentarme a estas cosas con personas
ajenas.
Cuando ya superé esto, cuando me quité todos esos fantasmas
de la cabeza, pude ser objetiva y sí pude distinguir cuándo eran “peleas”
superficiales y normales, y cuándo escondían algo más. Había días que veía que
mi hija mayor tenía un rechazo exagerado hacia su hermana, por cualquier
tontería le contestaba con un carga mucho mayor, realmente no la soportaba. Con
palabras es difícil explicar todos estos matices, pero el resultado de poder
ver aquello fue hacer algo tan sencillo y, a veces se nos pasa, que es
preguntar. Un día la cogí a solas y con mucho tacto le pregunté: “Mara, he
notado esto, esto y esto ¿Qué te pasa?¿Por qué estas así con Diana?” de repente
rompió a llorar con muchísimo sentimiento y me contó una realidad que a mí se
me escapaba. Diana estaba teniendo problemas en el colegio, en los recreos la
buscaba porque se sentía sola y mal. Es su hermana y a ella le sale protegerla,
pero creo que es fácil imaginar la carga que esto suponía para ella. Por un
lado quería cuidarla, ayudarla a solucionar sus problemas, pero por otro no
podía estar tranquila en los recreos con sus amigos. Era un problema que se
escapaba a su control, que la superaba y la angustiaba. Me dijo que sabía que
no era culpa de ella, pero no podía evitar estar harta y rechazar a Diana. Para
mí aquella conversación fue reveladora y me ayudó a comprender muchas cosas de
las que estaban pasando y que nos tenían a todos afectados. En lo que atañe a
ellas como hermanas, hablamos y pactamos limites desde la asertividad y el
respeto, sin culpar a una o a otra. Todo esto, claro está, mientras
intentábamos solucionar el problema de Diana que habíamos descubierto.
En otra ocasión contaré cómo se resolvió la situación que
Diana estaba viviendo porque intervinieron tantos factores, vivimos tantos
callejones sin salida, tanta angustia por verla mal etc… que al final ver cómo
se resolvió de forma casi mágica es de las cosas más significativas que he
vivido y que me ha demostrado que hay una forma distinta de hacer las cosas,
que la vida te escucha y te ayuda si tú pones de tu parte.
Actualmente todo ha vuelto a la “calma”, lo pongo entre
comillas porque las discusiones no desaparecieron por completo, pero sí esa
carga añadida. Ahora se chinchan o se enfadan por temas tan absurdos que te dan
ganas de reír (y de estamparlas a veces también jajaja) pero gracias a todo lo
que aprendimos y seguimos aprendiendo de otras formas de educar es más
sencillo. Cuando discuten intento no intervenir, solo hay unas normas básicas
de no agredir o insultar (aunque no son
niñas de llegar a eso fácilmente) que deben cumplir. Me gustaría que
aprendieran a llegar a acuerdos y, aunque no es fácil y hay que tener muuuuchaa
paciencia, se van viendo resultados. Otras veces sí me buscan para que intervenga,
entonces intento escuchar ambas versiones porque, como es normal, cada una
barre para lo suyo y cuenta su historia. Y, a no ser que se haya sobrepasado
algún límite, intento no tomar parte por ninguna. Esto escrito suena muy
bonito, pero hacerlo es complejo y hay días en los que tu paciencia está bajo
mínimos por cosas que nada tienen que ver con ellas, pero que te afecta en el
trato hacia ellas. Cuando me desbordo y no les hablo de la manera correcta siempre
lo admito y les pido perdón cuando me he calmado, pero estos detalles y lo
efectivos que son ya los trataré más adelante.
A pesar de sus riñas cotidianas he aprendido a ver más allá,
eso es lo importante de lo que observar su relación me ha enseñado. Pueden
discutir, pero si una tiene miedo y no puede dormir, la otra le ofrece que
duerma con ella para abrazarla. Que si una llora o está triste, la otra se
preocupa por ver qué le pasa. Que ellas pueden chincharse todo lo que quieran
pero se enfadan cuando alguien de fuera le dice algo a su hermana. Tienen una
relación muy bonita, que yo disfruto y, sinceramente, envidio. Es genial ver
cómo crecen juntas, cómo es tener un apoyo más allá de tu madre como me pasó a
mí. Y entiendo que a veces necesitarán a alguien con quién desahogarse de mí,
de decir “Hay que ver mamá lo que me ha dicho” y que la otra le conteste
“Bueno, no le des importancia, ya sabes que ella es de tal o cuál manera”
jajaja.
Si tuviese que resumir de todo este proceso con mis hijas y
darme un consejo a la yo del pasado (y la del presente a veces todavía) diría
que limpies tu mente de culpas y miedos, mires con perspectiva y aprendas a
escuchar las risas que también se echan juntas, no solo las riñas.
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